Opinión

El cantautor que musicó un mar

Serrat, premio Princesa de Asturias, grande entre los grandes

La música es el “background” de la vida. En nuestra memoria permanecen un puñado de canciones que en algún momento de nuestra existencia han provocado sentimientos que el viejo tocadiscos convirtió en imperecederos. Son unas cuantas y recurrentes, puede que no más de cinco o seis, tal vez de ocho a diez. Y la mayoría relatan pequeñas cosas, algunas como aquellas que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón. O cuando con ellas descubrimos que nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

Casi con toda seguridad, para varias generaciones de españoles un puñado de esos temas han sido escritos por un tal Joan Manuel Serrat, casado y mayor de edad, vecino de Camprodón, recién octogenario al que un dilecto jurado acaba de conceder, con total merecimiento, el premio Princesa de Asturias de las Artes en reconocimiento a su capacidad para aunar poesía y música al servicio de la tolerancia. Gran palabra esta última, tolerancia, y tan echada en falta en este momento y en este país donde combaten sin descanso güelfos y gibelinos. Una época de hombres de cabeza pequeña que embisten contra todo lo que no les cabe en la cabeza. De gente que cubre sus bajos instintos con una piel de cordero.

El cantautor que musicó un mar, que convirtió al Mediterráneo en el padre de todos los océanos; quien llevó al pentagrama, para la libertad, los versos de Miguel Hernández y de Machado; quien nos ayudó a comprender que no hay nada más bello que lo que nunca se ha tenido, ni nada más amargo que lo que se pierde. Solo a la guitarra o en compañía de otros, Serrat nos hizo a todos partidarios de vivir.

Si en vez de perder el tiempo en estupideces partidistas, Tezanos encargara una encuesta para decidir cuál es el artista más querido en este país, en cualquiera de las comunidades autónomas que componen el territorio estatal Serrat vencería Joan Manuel por mayoría absoluta.

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